Manzanar: ADN gastronómico

Elegir una tienda donde comprar un libro para regalar, encontrar un lugar de almuerzo donde reunirse o probarse una prenda para una ocasión especial. Decisiones que tomamos todos los días casi sin darnos cuenta, pero que nos generan un vínculo con esos proyectos que tanto nos gustan. Por eso, desde Itaú decidimos contar la historia de seis emprendimientos que desde su área generan cambios trascendentes y positivos en la sociedad, en el medio ambiente, en la cultura y en su entorno. Esta es la historia de Manzanar.

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Victoria Barbero regresó a Uruguay después de un viaje decidida a abrir un restaurante y no se imaginaba hacerlo con otra persona que no fuera su hermana, Jimena. Así ambas dejaron su profesión — trabajaban como contadoras — y se metieron de lleno en la gastronomía. Querían que su emprendimiento fuera algo especial, porque están convencidas de que un restaurante no se trata solo de la comida, sino que es una experiencia. Buscaban un lugar que estuviera en un entorno despejado, sin edificios ni tránsito pesado. Y también querían cercanía con la costa. Finalmente dieron con el local perfecto, donde supo funcionar el almacén Manzanares, que en aquel entonces hacía ya 14 años estaba cerrado. Pero a ellas no les importó, veían su potencial. En Sáez y Rostand, desde hace tres años, funciona Manzanar.

La intuición de Victoria y Jimena no es casualidad. Su padre, Gustavo Barbero, está vinculado desde hace décadas a la gastronomía (y también es contador). Su primer contacto con esa industria fue a través del parador Guess, en José Ignacio. Luego vinieron La Huella, Mostrador Santa Teresita y La Caracola. Entonces, mientras Gustavo se pasaba el verano trabajando en los restaurantes, sus dos hijas lo acompañaban correteando entre las mesas, jugando con los mozos y desafiando sus paladares. Ya de grandes trabajando en temporada. Para ellas cada restaurante era como un hogar.

Por eso, cuando encontraron ese lugar especial, su propio hogar, le pidieron a su padre que fuera a verlo. Durante la recorrida Gustavo se mantuvo serio y en silencio, lo que pensaron que era un gesto de desaprobación. Para su sorpresa cuando salieron les dijo: “la verdad que si les digo que no les estaría cortando las alas de su futuro, porque lo veo, es un lugar increíble”.

A pesar que muchos no confiaban en que dos mujeres jóvenes fueran capaces de liderar el proyecto, o que creyeran que en Carrasco los restaurantes rara vez funcionan, esta tríada familiar demostró que estaban equivocados. Itaú confió en el equipo desde el primer momento y antes de que abrieran ya habían cerrado un acuerdo. “La palabra es confianza. Cuando nos juntamos con ellos esto estaba en obra pero siempre sentimos su apoyo, desde el primer momento.” dice Gustavo y Victoria agrega: “Es gente joven, fresca, que entiende lo que hacés, que comparte las ganas de crear”.

La gastronomía de Manzanar es simple, y al mismo tiempo deliciosa. Es que el foco está puesto en los ingredientes, que son de altísima calidad y llegan a los cocineros directamente desde las manos de los productores locales. Usan frutas y verduras de estación, pesca del Faro de Punta Carretas y quesos de las afueras de Montevideo.

El equipo en el restaurante está compuesto por personas jóvenes y tanto la cocina como el salón tienen jefas mujeres, lo que representa un orgullo para las hermanas Barbero.

“Para nosotras es importante cuidar al personal y al productor local, con el que tenemos contacto directo. La parte humana siempre está a flor de piel”, aseguran. Ese énfasis en las relaciones humanas es parte del secreto de Manzanar. Tanto sus dueños como quienes allí trabajan buscan aportar calidez a la experiencia de salir a comer afuera: recuerdan qué suelen pedir sus clientes, dónde les gusta ubicarse, cómo se llaman los integrantes de la familia. “Creo que tenemos ese don de hacerte sentir como en casa”, resume Jimena.

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